18 jul 2011

JERICOACOARA

Belem desde el rio Amazonas
Con nuestra llegada a Belem, las travesías fluviales amazónicas se acababan y comenzaba una nueva etapa dentro del viaje, donde después de casi tres meses, momento en el cual estábamos por la costa austral del Pacifico, volveríamos a ver el mar; aunque esta vez, el Atlántico seria nuestro océano. Seguramente crean que estoy cometiendo un error, ya que Belem no se encuentra sobre el mar, sino sobre costas del Amazonas, pero fue tan poco el tiempo que pasamos allí, que prefiero referirme directamente al siguiente destino: Jericoacoara.

Playas de Jericoacoara
Nos quedaban más de 10 días en Brasil, y debido a nuestra ubicación y al tiempo, decidimos recorrer la costa noreste, famosa por sus amplias playas y grandes dunas de arena. Creo que ya mencione que en Brasil es un poco en vano a veces preguntar como llegar a un sitio; esta vez no seria la excepción. Nos dijeron que la mejor forma de llegar a Jericoacoara desde el oeste, o al menos la mas directa y sin demasiados cambios de buses, era ir a Fortaleza, y de ahí tomar otro bus, como retornando, para llegar a Jeri. Sin embargo luego de ya estar sobre el micro, nos enteramos que era mejor bajar en Sobral (unas 4 horas antes de nuestro destino, lo que hubiese sido más barato), y desde allí, una combi a Jijoca, desde donde salen camionetas a Jericoacoara. Así fue que interrumpimos el viaje a Fortaleza y tomamos esta última opción, la cual era también la que menos tiempo nos demandaría. Finalmente, después de unas 28 horas y en 3 diferentes móviles, llegamos al pequeño pueblo al que muchos apodan como “El Paraíso”.

Calles de Jeri
Por recomendación de unos chicos argentinos con quienes coincidimos en la posada de Santarém, acampamos en el Camping Jeri, el cual era regenteado por dos españoles que hacía ya varios años vivían en el pueblo. La verdad es que a primera vista, Jericoacoara no me parecía el paraíso ni mucho menos; por el contrario, me veía ciertamente decepcionado ya que pensaba encontrarme con algo más. No es que estuviésemos en un lugar feo, pero tanto nos habían hablado y demás, que esperábamos algo diferente. Sin embargo, con el pasar de los días nos dimos cuenta que hay algo en el pueblo, quizás invisible a los ojos, que atrapa y hace que todo el mundo alargue su estadía por más de lo pensado.

Playas de Jeri
Jeri, como la llaman habitualmente los lugareños, es un pueblo con calles de arena, sin veredas y hasta con arboles atravesados en el medio de los caminos. La mayoría de las construcciones son posadas o restaurantes, y las pocas casas que hay en la zona están un poco alejadas de lo que sería el centro, por lo que uno no se las cruza en las rutas habituales de posada – playa, playa – posada. Ninguna de las calles posee alumbrado público, por lo que la iluminación proviene de cada una de las casas, hoteles o restaurantes, los cuales están iluminados con los más variados artefactos lumínicos, que nos otorgan a cada paso una imagen distinta y particular de las calles. Estamos muy acostumbrados a las grandes ciudades, donde estas son iluminadas todas de la misma manera, cuando no sabemos qué se hace mucho más divertido esto de ir viendo como cada uno a su manera ilumina no solo sus negocios sino también el espacio común del pueblo.

Dunas
Debido a este imán que tiene Jericoacoara hacia los visitantes, nos quedamos seis días cuando pensábamos quedarnos no más de cuatro. Seis días que utilizamos para descansar un poco, y a la vez disfrutar de la playa que por primera vez en la Expedición se brindaba bajo nuestros pies. Aunque cabe destacar que el mar es un poco aburrido allí. Durante casi todo el día baja la marea y hay que caminar unos 500 o 600 metros para llegar al agua, y luego otros tantos para lograr que esta nos llegue al menos a la cintura. Por otra parte las olas brillan por su ausencia (no sé como alquilan tablas de surf), mientras algunos pececitos molestos se empeñan en picotearnos los dedos de los pies. Pero lo que sí es relajante es caminar por la costa hacia el lado de las dunas, donde gigantescas lomas de arena amarillenta caen hacia el mar, y algunas lagunas formadas por las lluvias rodeadas de palmeras, hacen de oasis en medio del parque ya que cabe mencionar que Jericoacoara es un Parque Nacional, y el pueblo se encuentra dentro de este mismo.

Piedra Furada
En las tardes casi todo el pueblo se amontona sobre la duna más alta del lugar para ver un fenómeno, que en Brasil, se da solamente en ese sitio y en ningún otro a lo largo de toda la costa: el atardecer sobre el Atlántico. Debido a estar en una especie de entrada de la tierra al mar, el oeste queda sobre el agua y nos da anaranjados atardeceres en vez de amaneceres atlánticos. Otra de las “atracciones” naturales que nadie se quiere perder, es la Piedra Furada. Esta formación rocosa ahuecada debido a la constante erosión del mar, amontona a todos los turistas sin dejar siquiera que alguien pueda sacar una foto. Ahí fue cuando entendí porque en algunos sitios colocan una cuerda por delante para no dejar pasar a las personas. Habiendo mil lugares, la gente se sienta debajo de la piedra durante horas y los vendedores de bebida se aglomeran allí también por lo que si tu intención es llevarte una imagen de la piedra, esta será con sus heladeras de telgopor y carretillas cargadas de cocos.

Pescadores
Antes de ser el destino turístico que es hoy en día, Jericoacoara era un pequeño pueblo pesquero, por lo que si hay algo que uno debe aprovechar, es el pescado, aunque hay que levantarse bastante temprano para conseguirlo. Valeria bajaba cada mañana y negociaba con los pescadores que volvían del mar, por algunos peces o camarones frescos los cuales los preparábamos de las más variadas formas. Frito, a la parrilla, salteados con ajo y coco (robado de algún tacho de basura de algún bar); de cualquier forma salíamos de las comidas de siempre y disfrutábamos de lo más típico y fresco del lugar. Hasta una noche nos dimos el gusto de comprar una botellita de vino brasileño ultra barato, el cual con bastante hielo, pasaba desapercibido como tal.

Kite Surfing
Así pasaron los seis días y ya era tiempo de marcharnos. Quedarnos mas no nos iba a dejar conocer otros lugares y no queríamos que eso pasase por lo que luego de unas averiguaciones lo más confiables posibles, levantamos campamento y comenzamos la odisea hacia los Lencois Maranhenses; otra de las bellezas naturales del Noreste Brasileño.








6 comentarios:

  1. Muy bueno emi, que envidia estar ahi loco!!

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  2. Peyeeee!!
    Como andas vos locura??? Gracias por seguirnos!!!
    Un abrazo grande!!

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  3. Espectacualarr!! actualizanos así podemos seguir viajando con vos!!! Y las fotos son hermosas y siempre las uso de fondo de pantalla jejee

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  4. Vir?? Que Vir?? A ser mas explicito con los nombres che que quiero saber quien nos escribeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!!!!!!!!!

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  5. Ahi te gusta mass??? jajaaja

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