Calles de Villazon |
Luego de casi dos meses y medio viajando, ingresábamos a nuestro tercer país en discordia; Bolivia. Apenas una corta caminata separa la ciudad de La Quiaca en Argentina, de Villazon, su hermana Boliviana; un largo trámite migratorio y un sello mas en las nuevas hojas de mi pasaporte recién renovado. Nuestro próximo destino era Uyuni, y nuestra escala fronteriza no sería más que la de algunas horas; las necesarias para esperar la partida del Wara Wara del Sur, uno de los pocos trenes aun activos en suelo boliviano.
Camenterio de Trenes |
Unas 10 horas de viaje y ahí estábamos; ya en Uyuni, listos para preparar una expedición dentro de nuestra expedición. Esta sería de 3 días en donde recorreríamos casi 1000km atravesando desiertos, lagunas, montañas y lo más importante… el salar más grande del mundo. Nuestro medio de transporte seria una de las tantas Toyota Land Cruiser, un poco maltrecha, manejada por Juan, quien seria nuestro conductor y guía los próximos días. Los expedicionarios esta vez seriamos 6: dos alemanes, dos suizos y Valeriano. Las mochilas al techo de la vagoneta (como le dicen acá a las camionetas), y al fin partimos hacia la primer parada; el Cementerio de Trenes.
Ingresando al Salar de Uyuni |
En un desolado campo, maquinas y vagones oxidados son el retrato de la decadencia de una ciudad que supo ser centro ferroviario minero de América y que hoy vive plenamente del turismo. La imagen, aunque absurda, es completamente extraña de ver. Esos gigantes metálicos de un color ladrillo por el maltrato de la herrumbre (que allí es más fuerte por la sal), yacen en medio de un panorama desértico a mas de 3600 m.s.n.m. Volvimos a la Toyota y continuamos viaje. A lo lejos se divisaba una línea blanca que al cabo de algunos minutos se ensanchaba más y mas, haciéndonos entrecerrar los ojos por el encandilamiento y el reflejo solar. Y de repente ahí estábamos… adentrándonos en el salar más grande del mundo; el Salar de Uyuni.
Desde la Isla Incahuasi |
Con más de 12000km² y una llanura perfecta es imposible no sentirse disminuido ante semejante grandeza. La fina capa de agua depositada sobre la superficie en la temporada de lluvias forma un espejo natural que refleja el cielo de una manera exacta. Observas a tu alrededor y aun esforzando la vista se hace muy difícil encontrar el horizonte. Intentas con tu mirada abarcar todo, aunque todo es igual, todo es blanco, todo es cielo. De repente miras el suelo y te ves parado sobre una nube, la cual parece invitarte a caminar entre algodonosas formas flotantes. Los paisajes casi abstractos que se forman parecen ser pintados sobre una de sus partes, doblando el lienzo a la mitad para que se copie la otra en forma de espejo. Paisajes mudos y enceguecedores, infinito monologo de sal que impacta y confunde, que enamora y entristece, que tranquiliza y desespera.
Isla de Pescado |
Mas de 80km recorrimos para llegar a la Isla Incahuasi, o Isla del Pescado, como se la conoce habitualmente por su forma similar a la de un pez. Este arrecifes de corales que alguna vez estuvo sumergido en aguas marinas, es hoy una protuberancia colmada de cactus que se eleva por sobre la plana superficie blanca. El contraste es altísimo y eso creo que es lo más importante para impactar al ojo humano. Contrastar plano con convexo, color blanco infinito con verdes y tierras, desierto con vegetación; esas conjugaciones prácticamente imposibles dejan a uno impactado, intentando retener e imaginar la causa de estos fenómenos naturales.
Atardecer en el Salar de Uyuni |
Luego del almuerzo seguimos rumbo, quedando aun la parte más difícil de nuestro salado transito; salir del salar por su lado sur. Esta zona suele inundarse mucho e incluso hundirse ante el paso de los automóviles, por lo que son pocas las agencias que se atreven a enviar turistas por este lugar; pero por suerte, la nuestra lo hacía. El agua llegaba justo al límite con las puertas de la camioneta y ese mar extremadamente salado hasta formaba oleaje a nuestro paso y el del viento. El camino no existía, ni siquiera alguna huella ya que todo se encontraba bajo unos 50cm de agua, y tan solo el conocimiento de Juan nos llevaba hacia la salida. Mientras atardecía a nuestra derecha, dejamos atrás el salar y con algo de melancolía pensando que el tiempo nunca es suficiente en estos lugares, nos dirigimos al pueblo de San Juan, donde pasaríamos la primer noche dentro de un hotel de sal.
Saliendo del Salar |
La mañana siguiente no iba a ser una mas y cuando estábamos cargando las mochilas, Juan me confesó un percance que le había sucedido a su familia, pero que a su vez llegaba indirectamente hacia nosotros. Su primo que trabajaba en Calama, había muerto esa misma noche en un accidente laboral y él había estado toda la noche sin dormir y bebiendo bastante para pasar ese mal trago; por consiguiente no sabíamos cuanto tiempo duraría despierto y sin salirse del camino. Comenzó a manejar y los cabezazos eran más potentes que los de Palermo en un Boca-River. Yo intentaba hablarle para distraerlo, pero siendo esta gente de no muchas palabras, rápidamente se me acababa el repertorio y otra vez comenzaba a pendular raudamente su cabeza. Pero por suerte aun quedaba algo de cordura en ese cerebro bamboleante y luego de aproximadamente una hora, me pidió si podía conducir.
Lagunas Altiplanicas |
Así fue que atravesando el salar Chiguana y varios kilómetros desérticos conduje unas 2 o 3 horas hasta el mirador del Volcán Ollague, el cual hace de límite natural con la Republica de Chile. Más de una vez el camino se bifurcaba en varias direcciones, pero bastaba con un grito a Juan para que con un ademan me indicara por cual seguir. El camino continuaba costeando la Cordillera de los Andes, pasando por lagunas altiplánicas de los más variados colores y formas. El blanco en la Laguna Cañapa y Honda; los flamencos blancos y rosados en la Laguna Hedionda, sobrecargada de azufre; e infinitos espejos naturales en las Lagunas Verde y Colorada, las cuales yacen a los pies de enormes volcanes, entregando imágenes propias de un cuadro surrealista de Dalí.
Desierto Siloli |
Por una de estas lagunas, la Colorada, se ingresa a la zona de la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, ubicado al sudoeste del departamento de Potosí, en la provincia de Sud Lipez. A su vez, la reserva abarca parte del Desierto Siloli, el cual es considerado como fragmento del Desierto de Atacama; el más seco del mundo. En medio de este interminable manto de arena gruesa, una formación de piedra erosionada con forma de árbol (el Árbol de Piedra), yace casi inexplicablemente en forma vertical. Completamente inmune al paso del tiempo.
Desierto Siloli |
El tercer día seria largo, ya que deberíamos recorrer la misma cantidad de kilómetros que habíamos hecho en los anteriores dos, ahora solo en uno. Con un Juan ya recuperado 100% de su sueño y demás, salimos en la mañana (después de varios problemas para poner en marcha la camioneta), hacia los géiseres Sol de Mañana. El zumbido del vapor emergiendo por debajo de la tierra era ensordecedor y las grandes nubes iluminadas por los primeros rayos tangenciales del sol, nos dan un paisaje bellísimo en medio del desierto boliviano. Pero más bello y relajante seria el posterior baño que tomaríamos en las aguas termales a orillas del Salar de Chalviri, donde no quedan dudas que el agua emerge de la tierra misma, de posibles corazones de volcanes enterrados bajo la planicie boliviana.
Geiseres |
Quedaba lo más duro del viaje: la vuelta. Primeramente nos dirigimos hasta la frontera con Chile, para que Linda, la chica Suiza, hiciera su transfer y se dirigiera a San Pedro de Atacama. A escasos metros también está el límite con la Argentina, aunque allí no hay migraciones ni caminos, por lo que no es común el paso fronterizo a este último, pero si hacia el Océano Pacifico. Desde allí solo quedaba preparar el asiento lo mas mullido posible, un iPod con buena música, porque no un libro, y disponerse a esperar lo más relajados posible que terminen las últimas horas sobre la camioneta.
Sol de Maniana |
Sera que el desierto me cautiva. Casi 1000km sin ver un solo árbol más que uno de piedra. Sin encontrar agua más que la de las lagunas, contaminadas de minerales volcánicos. Sin siquiera poder usar una brújula ya que el magnetismo del lugar hace que el norte este en todos lados… Lo dije la primera vez que conocí el altiplano boliviano, y lo vuelvo a repetir ahora luego de casi 5 años sin variar en lo más mínimo mis observaciones. El sudoeste de Bolivia sigue siendo el lugar más asombroso e increíble que he conocido. Ojala Valeriano me lleve a lugares aun más bellos, ya que si esto ocurre estaré en presencia de algo completamente asombroso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario